Tahiana peleó en Malvinas y contra el síndrome de Klinefelter

Cuando tenía 17 años, combatió en Malvinas. Durante 30 años, peleó contra la genética de su cuerpo, inyectándose testosterona. Ahora, libra su última batalla: la aceptación.

Tahiana Marrone recuerda aquel 5 de abril cuando desembarcó en las Islas Malvinas, como soldado del Batallón de Ingenieros Nº 9 con sede en Sarmiento (Chubut). Se llamaba Osvaldo, tenía 17 años, y le asignarían un pozo de zorro en la Bahía Fox, en la isla Gran Malvina, de donde saldría derrotado, con hambre y frío, el 14 de junio, el día en que terminó su primera batalla.
La segunda batalla de Tahiana comenzó poco después, cuando tenía 21 años: el síndrome de Klinefelter (conocido como “XXY”) se hizo notar en su cuerpo y marcado por la sociedad de aquellos años, debió camuflarlo, sometiéndose durante tres décadas a dosis mensuales de testosterona: “Entonces yo me miraba en un espejo de madera, me miraba y no veía nada”, dice.
Hace dos años, comenzó a librar su última batalla, la de la aceptación, y Tahiana está convencida de que esta vez saldrá vencedora.
LAS ISLAS
Desde los aviones Harrier y la flota de la Marina Real Británica partieron las bombas que mantuvieron bajo fuego a los 900 soldados que el 5 de abril de 1982 coparon la Bahía Fox, ocupación que culminaría cuando la guerra ya estaba definida, con la llegada del Comando 40 de los marines reales.
“Obvio que cargo con la derrota. Ésa es también una mochila que cargo: sentir que defraudamos por no haber concretado la misión”, dice Tahiana ahora desde su casa en Chañar Ladeado, a pocos kilómetros del pueblo donde nació y trabaja, Corral de Bustos.

Tahiana Marrone
Sus recuerdos de la guerra están “a flor de piel”. Entre tantos, elige uno de la derrota: “El recuerdo más fuerte, el que siento más profundamente, es el del día en que llegamos a Puerto Madryn y la gente se acercaba a los camiones para darnos pan”.
Es una imagen icónica de la guerra y también del fin de la dictadura: los vecinos compraron todo el pan disponible en la ciudad para ofrendárselo a los soldados que combatieron sin instrucción, armas, comida y abrigo. Fue el 19 de junio de 1982, y Tahiana (que por entonces se llamaba Osvaldo) había regresado de las islas en el Camberra, junto a otros 4.166 combatientes.
En aquella guerra Tahiana aprendió que valentía no es sinónimo de hombría: “La sociedad nos hace creer que el hombre es el fuerte, pero las mujeres somos las guapas, las que siempre salimos adelante, las que siempre peleamos”.
GUERRA FRÍA
“A los 21 años, por una cuestión de la maldita sociedad, me hice el tratamiento con testosterona. Me enamoré y me casé con una mujer, y tuve dos hijos por inseminación. Pero ese tratamiento con hormonas me reventó la vida, me la pudrió por dentro. Cada mes el tratamiento me hacía más daño y cada mes yo me sentía más tirado hacia lo femenino, cada mes me sentía como fui toda mi vida y cada mes yo me iba apagando más”.
Esa fue la larga guerra fría que enfrentó a Osvaldo con Tahiana, con su propio yo. Una guerra que la agotó en todas las formas posibles.

Tahiana Marrone02
“Es una mochila que cargué toda mi vida. Una mochila dentro de mi cuerpo. Me mantenía como varón con testosterona, pero estaba mal: tenía un carácter de mierda, y cada vez me empecé a sentir peor. Hace dos años dejé el tratamiento y mi organismo reaccionó de la manera en que debió reaccionar siempre. Mi organismo es así”.
“Así” es como se la ve ahora, como una mujer plena; con un nombre que reconoce su identidad; Tahiana Marrone, técnica en sistema y empleada de la Lotería de Córdoba.
“Me gustaban las mujeres, no me gustaban los hombres, pero me gustaba ser mujer”. Ese era el triángulo de sentimientos por los que atravesaba Tahiana antes de ser ella, cuando con hormonas bombardeaba a sus genes. “Por lo general, las trans deben adaptar su cuerpo a su mente. Yo tuve que adaptar mi mente a mi cuerpo”. Tahiana no se operó, sólo dejó de inyectarse testosterona.
Las esquirlas de aquella bomba, la de dejar que su cuerpo sea el que siempre debió ser, le dejaron profundas heridas: “Perdí a muchos de mis hermanos. Uno me dijo que yo no pensé en ellos cuando dejé las hormonas. Con mis hijos apenas nos hablamos o nos escribimos… No sé si algún día tendré nietos… No de tenerlos, sino de conocerlos, de mimarlos, de poder malcriarlos. No sé si algún día mis hijos lo entenderán: yo sigo siendo la misma persona. Me quedé sin hijos, sin varios de mis hermanos y eso es durísimo. Tengo amigas que adoro, con las que me divierto y me ayudan, pero después, cuando vuelvo a mi casa, es siempre lo mismo: estoy sola física y espiritualmente”.
LA BATALLA FINAL
Tahiana camina por la plaza del pueblo que adoptó hace 30 años, Chañar Ladeado. Luce un vestido, sombrero y tacos. Cuenta que cuando sale a bailar prefiere las minifaldas. “Siempre hay un porcentaje que no te acepta. Siempre alguien te margina, nunca falta alguien que discrimine. El que discrimina, discrimina. Un día a mí, otro día a un negro, a un gordo, a un petiso, a un pelado, a un flaco. Discrimina sin mirarse a sí mismo”, dice Tahiana.

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Con 51 años, Tahiana hace más de dos años que dejó de inyectarse hormonas y casi un año y medio desde que su identidad cambió. “A la gran mayoría de las trans la sociedad les cierra las puertas. Yo tengo este amor propio, esta independencia financiera porque me desarrollé profesional y laboralmente como un varón; no es la realidad de todas las chicas”, dice Tahiana con la mirada puesta en el horizonte de los días por venir, donde la aceptación se asoma victoriosa: “Hago valer lo que soy. Hago que se me respete y valore por lo que soy. Le hago frente a todo. Y salgo adelante”.
Este 2 de Abril, Tahiana llegó a Corral de Bustos para participar del homenaje que su pueblo le dio a quienes, como ella, dejaron una huella en el campo de batalla. La ovacionaron. No podía ser de otra manera.

Fuente: (Nota Día a Día)

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